jueves, 13 de diciembre de 2012

Fragmentos de historias



El secreto de sus manos.
 
Resultaba algo extraño pero, a veces, sus manos se escapaban de él y la recorrían traspasando la cristalina pared para regalarle una tímida caricia.
Sus manos, las de él, sentían vergüenza. Pocas veces se animaban a dejar entrever lo que en verdad, la mente y el corazón pensaban. Ella solía burlarse: “tus manos se ponen coloradas y torpes… equivocan las teclas y escriben incoherencias…” Y reían los dos de la manera más despreocupada. Como si no existiera otra ocupación en el mundo más que la de reir.
Lo que no le contaba (ella) era que no se reía de él, ni de su vergüenza ni de su repentina torpeza. La suya era una risa de secreto triunfo. Él no hubiera entendido ese triunfo. Tal vez lo comprendieran sus manos y ese fuera el motivo por el que se evadían de él y se refugiaban en ella.
En todo caso, las recibía y las llenaba de secretos con la endeble esperanza de que mañana, o cualquier día, perdieran la timidez y le contaran todos los sentimientos compartidos con murmullos de manos.
Nunca supo si se animaron a develar lo prohibido o si siguieron (de esto sí estaba segura) durmiendo en otra cintura y soñando otras geografías. No lo supo y por eso las dejó ser.


 “Y yo las dejo. Tal vez porque sé que no son mías tus manos, aunque estén desbordantes de mi. No son mías. O sí, pero ni vos ni ellas lo saben aún.”

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